DE LOS DOCUMENTOS CONSULTADOS Y ACERCAMIENTO CON LOS PROTAGONISTAS.
Publicación exacta del historiador y Comunicador Social comunitario, miembro de la Academia de Historia del departamento del Meta, quien expone en el video.
Lágrimas de reminiscencias
Por:
Oscar Alfonso Pabón Monroy/ Comunicador Social comunitario
Fotos:
FAFO-Fundación para el archivo fotográfico de la Orinoquia.
Al
entrar los años novecientos Villavicencio era una pequeña aldea asentada al pie
del cerro que cuarenta y ocho años después, por obra del padre Eliseo Achury y
de los feligreses, sería dominado por la estatua de Cristo Rey; no se extendía
más allá de tres o cuatro cuadras alrededor del parque central.
Por
los contornos había mucho monte y era común mariscar cajuches en las mismas
calles. Buen cazador, con s y con z, resultó el bien recordado padre Mauricio
de quien junto con otras personas la ciudad está en deuda, como forjadores de
progreso y civismo en épocas pasadas.
La
vida aldeana era tranquila y rutinaria, de cuando en vez llegaban familias
nuevas con intenciones de quedarse, o personajes importantes que hacían escala
de paso para el llano, como los congresistas confinados –encabezados por el
después presidente de la República Miguel Abadía Méndez- quienes bajaron en
destierro político para Orocué, puerto para el que también cruzó en la década
del veinte, José Eustasio Rivera a ejercer su profesión de abogado.
Las
viviendas se construían con adobe y bahareque, cubiertas –las de dueños con
holgura económica- con astillas de madera sobrepuestas y las de los pobres con
hojas de bijao o palma de maraya.
CALLE REAL
El
mayor índice de mortalidad entre los habitantes lo causó una serie de males
populares como: fiebres perniciosas, la buenamoza, el colerín, cólicos
misereres y gripas; otros murieron simplemente “de repente”.
Todos
tuvieron su última morada, en el antiguo cementerio del que algunos fueron
desalojados para construir años más tarde la escuela Francisco de Miranda,
parte de la avenida del Llano y el colegio Centro Cultural.
En
esos tiempos los niños recibieron educación primaria pública en la escuela de
varones, levantada en el lote del edificio de la gobernación, y las niñas en la
escuela de las hermanas de La Sabiduría que continúa en el mismo lugar,
edificación que conserva en su primera planta, por fortuna, su arquitectura
original.
Como
relativamente todo era tranquilo, el lugar no necesitaba de una organizada
fuerza policial, un pequeño grupo de voluntarios o policías cívicos, armados
con pedazos de varilla de hierro, guardaron la paz hasta que a raíz del
homicidio cometido por Alcides Galvis, “el caratejo”, quien en 1922 de un balazo
eliminó a Oliverio Reina.
Entonces
llegó refuerzo uniformado a controlar los ánimos despertados por este hecho,
que incluyó corte a las líneas telegráficas.
Durante
varios años funcionó la cárcel de varones en los patios de la alcaldía, y la de
mujeres en el lote que ocupa la escuela Concepción Palacios.
Sin
lugar a dudas uno de los barrios más antiguos de “Villavo” es El Espejo –sector
de la Beneficencia-, por allí en los años veinte se instalaron las primeras
chicherías, cuyas propietarias eran las señoras Benilda, Peregrina, Mariana y
Leonarda.
En
esos negocios se congregaban los señores a hacer tertulias. No es nada extraño
que algunas damas acudieran –a escondidas- a tomarse sus chichitas.
Apunta
Rafael Mojica G en su cuento Juanita Campanas, que “en el Llano fundan los
pueblos los conservadores y los curas y los hacen progresar los liberales y las
putas”, lo anterior para contar que nuestra capital tuvo oficialmente su zona
de tolerancia por el año 29, se denominó El pedregal y quedaba al otro lado del
caño Gramalote –o comúnmente “caño picho”.
No
quiere decir que anterior a este territorio, algunas damiselas no les prestaran
sus servicios a los solteros y a los casados infieles del pueblo.
Quizá
los mejores clientes de “El pedregal” llegaron a ser los llaneros que concluían
acá sus agotadores viajes de vaquería, iniciados cuarenta y más días atrás en
Arauca y Casanare. Después de tanto trabajo merecían esparcimiento, licor y lo
más importante: cambio de monturas por otras más complacientes.
Parece
ser que como medida para provocar desarrollo urbano, la zona de tolerancia se
trasladaba a sectores periféricos del pueblo, con nombres populares para nada
relacionados con su actividad.
Así
el pueblo tuvo “el platanal” y “el guayabal”, en esta última ubicación fue todo
un personaje “la medio mundo”, mujer de quien se especulaba por aquellos días,
que pagaba para que le llevaran muchachos vírgenes para ella dejarlos sin lo
último.
Famoso
también resultó el kiosco bailadero “Las mechudas”, negocio que desapareció por
un incendio ocurrido en una Semana Santa, incidente muy lamentado por la asidua
clientela masculina. Allí, muchos jóvenes bien la pasaron de lo rico con las
“mujeres malas”, despilfarrando la fortuna de sus familias.
Muy
colaboradores con las causas patrióticas fueron las damas de Villavicencio, ya
que en colecta pública obligatoria –no anunciada- durante unos bazares en el
parque central, el Tesorero municipal recaudó, mejor dicho confiscó, las
prendas de oro: zarcillos, cadenas, etc., que las señoras lucían elegantemente
en tal evento.
Dichas
joyas fueron al Tesoro Nacional para comprar armas durante el conflicto de
Colombia con Perú, en el año 1932.
Siguiendo
con el tema de la guerra, en la violencia desatada en los cincuenta, el ciego
apasionamiento político causó en la localidad meses de tensión y muchos muertos
liberales en las calles.
Se
pusieron de moda los destierros bajo sentencia y las bombas, arrojadas a las
viviendas de los pocos ciudadanos seguidores de esa ideología que quedaban en
el poblado.
Por
motivos de censura nacional solo circuló El Siglo, periódico que era anunciado
por una fanática vendedora, quien calle arriba y calle abajo gritaba ¡ el santo
Siglo, el santo Siglo!.
Cierto
día de 1928, los provincianos moradores asombrados vieron arribar el primer
avión conducido por el capitán Camilo Daza, aparato que aterrizó en los potreros
de El Barzal.
Tres
años después, apareció rodando por las calles que circundan el parque central,
un automóvil que desde Bogotá llegó desarmado, pues la carretera quedó abierta
en 1936.
Este
vehículo fue armado y conducido por Gabriel Becerra. Por algunos centavos los
parroquianos podían montar y disfrutar de una vuelta al parque.
Durante
varias décadas la población tuvo su personaje leyenda. En torno a él la
habladuría popular tejió una serie de historias fantásticas, que concluían con
la hipótesis de que don Chocho López, nombre con el que se le conoció, tenía
pacto con el diablo, debido a la gran riqueza que poseía, principalmente casas
y terrenos.
Este
señor, oriundo posiblemente del Oriente de Cundinamarca, montaba una mula
–animal del que se decía ser el único conocedor del sitio en donde su dueño
enterraba oro y dinero efectivo.
Vestía
ropa de dril (pantalón y saco), franela de algodón y sombrero sembrado hasta la
frente. Montaba con las manos puestas sobre la cabeza de la silla. Recorría al
monótono paso animal, calles y los caminos que llevaban a sus diferentes potreros
suyos, por las vías a Caños Negros y a Restrepo, en los cuales hoy se levantan
barrios como el Veinte de Julio y Caudal Oriental, entre otros.
Gracias
el padre Mauricio –de origen francés- los villavicenses vieron cine mudo en un
improvisado teatro que quedaba en los patios de la casa Monfortiana, hoy Banco
de la República, el cual llevó el nombre de Verdún.
Posteriormente,
el turco Miguel Salomón abrió el Teatro Real, que años más tarde se llamó Iris.
Y saltando a los años sesenta, la juventud pudo –gracias a don Manuel Calle
Lombana- vibrar con las películas de sus ídolos precursores del movimiento
rock, proyectadas en la pantalla del teatro Macal. Algunas veces se pagó la
entrada a cine con tapas de Pony Malta.
Teatro Cóndor
Eran
esos sanos tiempos los mismos de los matinés y empanadas bailables al calor de
Coca Cola con ron, de los paseos al caño El Buque a traer sarrapias, al río
Guatiquía, a Pozo veinte, a la Tina, y a comer golosinas en las panaderías La
Granjita y el Noventa y Tres.
Épocas
de las grandes reuniones sociales y políticas en la Quinta Villa Julia y en el
grill del Hotel Meta. De los marciales desfiles estudiantiles en fechas
Patrias a los acordes de las marchas
ejecutadas por la Banda Santa Cecilia o Departamental, dirigida por el maestro
Pedro Ladino.
Tiempos
de las solemnes procesiones de Corpus Cristi, con altares vestidos en las
principales esquinas del centro, en los cruces de la calles de las Funerarias,
Notarías, Puñaladas, Talabarterías y Resbalón.
Fuente
oral: Sebastián Pabón H.
*Nota:
este texto se publicó por vez primera en la Revista Trocha, edición # 171, mes
de abril de 1990. Después, en la publicación Historias Arrebiatadas, de mi
autoría y patrocinada por el Instituto de Cultura y Turismo del Meta, año 1994.
Teatro Cóndor -Se observa en su edifico y el nombre arriba, existía una terraza donde funcionó la peluquería Anisley antes de pasarse al local continuo al teatro Iris. |
Publicado por: Ana Margarita Rodríguez Devia.
Integrado 1-Licenciatura en Educación Artes Plásticas-Villavicencio.
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